No, no escribo sobre Stranger Things.
En una época donde las pantallas eran más pequeñas, el tiempo parecía ir más despacio y los mensajes no se medían en likes, hubo una serie que nos hablaba directo al corazón: Highway to Heaven.
En cada episodio, sin artificios, sin prisas y sin estridencias, nos invitaba a reflexionar sobre lo verdaderamente importante: la compasión, el perdón, la fe, el amor incondicional. Era televisión, sí, pero también era una especie de sermón silencioso, una lección de humanidad disfrazada de ficción.
Michael Landon, con esa mirada serena y esa voz que parecía entender el dolor ajeno, interpretaba a Jonathan, un ángel en la Tierra que no resolvía los problemas con milagros, sino con empatía, con presencia, con actos sencillos que transformaban vidas. Nos enseñaba que a veces el cielo no está tan lejos, que se manifiesta en los detalles, en lo cotidiano, en estar cuando nadie más está.
Llevo escribiendo desde 2010, cuando tener un blog era como tener una ventana al alma. Años antes de que la inteligencia artificial, los algoritmos de redes sociales y la automatización dominaran la conversación digital. Antes de que muchos descubrieran lo que significaba dejar una huella en internet, yo ya estaba ahí, tejiendo palabras, buscando sentido, compartiendo historias, las mias o alguna interesante.
Autopista hacia el cielo me marcó porque me recordó —y aún me recuerda— que escribir con alma también es un acto de servicio. Una forma de acompañar. De tender puentes invisibles entre quien escribe y quien necesita leer justo eso, en ese preciso instante, justo ahora.