Mientras suena esta pieza —parte de mi playlist habitual de bandas sonoras— cierro los ojos y pienso en La ladrona de libros.
Es curioso cómo algunas notas, como algunas palabras, tienen el poder de detener el tiempo.
En medio del ruido de la productividad, los correos, las entregas, las métricas… me encontré recordando a Liesel Meminger.
Una niña en plena Alemania nazi, rodeada de muerte, pérdida y silencio.
No sabía leer cuando empezó a robar libros. Pero algo en ella —algo profundamente humano— intuía que entre esas páginas había algo que ni las bombas ni el miedo podían quitarle: significado.
Con el tiempo, aprendió a leer. Y a partir de ahí, las palabras se convirtieron en su salvavidas, su refugio, su manera de resistir.
Y me hizo pensar en nosotros, en ti, en mí:
¿Qué libro nos sostuvo cuando ya no sabíamos cómo seguir?
¿Qué palabra nos hizo sentir que aún estábamos vivos?
¿Qué historia nos robó una lágrima, pero nos devolvió la esperanza?
Vivimos rodeados de datos, pantallas y resultados. Pero de vez en cuando, conviene detenernos y recordar lo esencial:
Que las palabras construyen y salvan.
Que no hay liderazgo sin empatía.
Que no hay innovación sin humanidad.
Que no hay avance real si olvidamos por qué empezamos.
Una pequeña verdad —one small fact— que me acompaña hoy:
A veces no necesitamos más respuestas. Solo una historia que nos abrace en el momento justo.
Hoy, esa historia me la recordó una banda sonora y una ladrona de libros.