El Sistema de Nombres de Dominio (DNS) es el gran traductor de Internet. Permite que, al escribir un nombre como palentino.es, nuestro navegador sepa exactamente a qué servidor conectarse. Detrás de ese proceso trabajan distintos tipos de registros DNS, cada uno con una función concreta que garantiza que las webs, los correos y los servicios funcionen sin interrupciones.
Los registros DNS son como las instrucciones técnicas de un dominio: indican a qué dirección IP apunta una web, qué servidores gestionan el correo, quién tiene autoridad sobre la zona, o qué entidades pueden emitir certificados digitales. Algunos, como los registros A y AAAA, se encargan de traducir nombres a direcciones IP. Otros, como MX o CNAME, permiten dirigir correos o crear alias de dominios. Los más avanzados, como CAA o los usados en DNSSEC, añaden seguridad y autenticación a las comunicaciones, evitando falsificaciones y suplantaciones.
Tener bien configurado el DNS no solo mejora la velocidad y estabilidad de acceso a una web, sino también su reputación y seguridad. Un error en estos registros puede causar desde fallos en el correo hasta la caída completa de un sitio.







