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Los niños de Lidice: Un monumento al Horror que aún sigue repitiéndose

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El 2 de julio de 1942, 82 niños y niñas del pequeño pueblo de Lidice, en la entonces Checoslovaquia, fueron arrancados de sus hogares por la Gestapo. Fueron transportados a Łódź y, pocos días después, enviados al campo de exterminio de Chełmno. Ahí, en una muerte silenciosa e injusta, fueron asfixiados en cámaras de gas. Nunca regresaron a casa. Nunca pudieron crecer.

Este crimen fue una de las represalias más brutales del nazismo tras el asesinato del alto oficial Reinhard Heydrich. Lidice fue arrasado, sus hombres fusilados, sus mujeres deportadas, sus niños exterminados. No solo querían vengarse. Querían borrar su existencia. Pero su memoria sigue en pie.

El Monumento de Marie Uchytilová: El dolor hecho bronce

En el mismo lugar donde una vez estuvo Lidice, se alza una de las esculturas más sobrecogedoras jamás creadas. Marie Uchytilová, una artista checa, dedicó su vida a inmortalizar a estos niños en una obra que va más allá del arte: es un grito de la historia convertido en bronce.

82 figuras infantiles, de tamaño real, se agrupan en una formación inquietante. No sonríen. No juegan. No corren. Están detenidos en el tiempo, con expresiones de miedo, de desconcierto, de resignación. Sus ojos vacíos parecen mirarnos directamente, atravesándonos con una pregunta imposible de ignorar: ¿Por qué?

Es un monumento que sobrecoge, que oprime el pecho. No necesita palabras para transmitir su mensaje. Solo basta estar frente a ellos para sentir la crudeza de la historia. Es imposible no estremecerse al ver la delicadeza con la que fueron esculpidos, los detalles de sus ropas, la tristeza en sus posturas. La forma en que parecen buscarse entre ellos, como si todavía intentaran protegerse, es simplemente devastadora.

No es solo un homenaje. Es una advertencia.

El largo camino para su creación

El monumento comenzó a elaborarse en 1969, cuando Uchytilová decidió que el horror de Lidice no debía quedar en el olvido. Durante años, trabajó sola y sin apoyo gubernamental, convencida de que debía dar voz a esos niños que nunca tuvieron una oportunidad.

Sin embargo, la falta de financiamiento hizo que la obra avanzara lentamente. La escultora murió en 1989 sin ver su trabajo completado. Fue su esposo, el también escultor Jiří Václav Hampl, quien tomó la responsabilidad de terminarla. Gracias a donaciones privadas, en 1995 el monumento fue finalmente inaugurado en Lidice.

Hoy, este impactante conjunto de esculturas sigue de pie, recordándonos lo que ocurrió, lo que no debe repetirse. Es un testimonio eterno del horror y una advertencia para la humanidad.

Esto sigue pasando

Nos gusta pensar que aprendimos de la historia, que las atrocidades del pasado quedaron atrás. Pero no es cierto.

Hoy, en distintos rincones del mundo, los niños siguen siendo víctimas del odio y la violencia. Siguen desapareciendo en guerras que no entienden, siguen siendo arrancados de sus familias, utilizados como escudos humanos, reclutados como soldados. Siguen muriendo bajo los escombros de bombardeos, en los desiertos del hambre, en el mar tratando de huir de conflictos que los adultos han provocado.

Lidice no fue un hecho aislado. Fue el reflejo de lo peor de la humanidad. Y sigue ocurriendo.

Que nunca pase más

Este monumento no solo nos recuerda lo que ocurrió. Nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo hoy.

No podemos permitir que el odio siga matando inocentes. No podemos seguir viendo estas tragedias con indiferencia. No podemos permitir que la historia se repita, una y otra vez.

Los niños de Lidice no pudieron crecer, no pudieron reír más, no pudieron volver a ver el amanecer. Pero su memoria sigue en pie, convertida en bronce y en advertencia.

Que nunca pase más. No en Lidice. No en ninguna parte del mundo.

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