En 1614 apareció en Tarragona un libro que causó revuelo: Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, firmado por un tal Alonso Fernández de Avellaneda. Era, en teoría, la continuación de la gran obra de Cervantes. Sin embargo, pronto se vio que no era más que una copia oportunista, escrita para aprovechar el éxito de la primera parte.
El llamado Quijote de Avellaneda presentaba a un Don Quijote caricaturizado, ridiculizado sin matices, y a un Sancho degradado a simple bufón. Las aventuras eran vulgares, sin el ingenio ni la humanidad del original, y el final quedaba inconcluso, como si el autor no hubiera sabido qué hacer con sus personajes. No era una continuación, sino una sombra.
Un año más tarde, en 1615, Cervantes respondió con la Segunda parte auténtica. Allí recuperó la dignidad de sus protagonistas, les dio profundidad psicológica, cerró su historia con un final inolvidable y, sobre todo, consolidó su lugar en la historia de la literatura universal. Cervantes no discutió con Avellaneda: escribió mejor.
Esta historia literaria encierra una gran lección para el mundo empresarial. En los negocios también surgen “Avellanedas”: proyectos rápidos, copias superficiales, ideas sin visión que buscan aprovechar una moda pasajera. Pueden tener impacto inmediato, pero carecen de alma y, con el tiempo, se desvanecen.
Por otro lado, están las empresas que, como Cervantes, construyen desde la autenticidad. Tardan más en consolidarse, sí, pero lo hacen sobre valores firmes, con propósito y consistencia. Son las que generan confianza, fidelidad y, a la larga, dejan un legado.
Responder a la competencia desleal o a la imitación nunca es sencillo. Pero la mejor respuesta, la más contundente, no suele ser la confrontación directa. Es la excelencia. Cervantes no perdió tiempo en acusar a Avellaneda: escribió una obra maestra que atravesó siglos.
Cuatrocientos años después, pocos recuerdan el falso Quijote, mientras que la versión auténtica sigue inspirando al mundo entero. Esa es la fuerza de lo genuino frente a lo falso.
La reflexión queda abierta: en nuestro trabajo, en nuestros proyectos y en nuestras empresas, ¿estamos construyendo un Avellaneda pasajero… o un Cervantes que trascienda?