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¿Windows 11… o Linux disfrazado?

Ayer probé algo que me hizo mirar dos veces la pantalla: Linuxfx 2025.

En apariencia, era Windows 11. Mis ojos veían el típico menú de inicio centrado, la barra de tareas con los iconos que ya todos conocemos, el explorador de archivos con su diseño moderno, incluso el panel de configuración calcado al del sistema operativo de Microsoft. Pero no era Windows. Era Linux.

Linuxfx 2025 (también conocido como Windowsfx) es una distribución basada en Ubuntu 22.04 LTS, pero diseñada con un objetivo muy concreto: que cualquier persona acostumbrada a usar Windows pueda sentirse cómoda desde el primer minuto usando Linux. Y lo consigue con una fidelidad sorprendente.

¿Qué me encontré al probarlo?

Un sistema estable, fluido y completamente funcional. Pude instalarlo y comenzar a usarlo en cuestión de minutos. La interfaz es tan fiel al estilo de Windows 11 que uno llega a olvidar que está usando Linux. No se trata de un simple tema visual: los menús, animaciones, diálogos de configuración, íconos, fuentes, hasta los efectos… todo está cuidadosamente replicado.

Además, la integración con software de Windows es real y funcional. Viene con Wine y Crossover preinstalados, lo que permite ejecutar muchas aplicaciones de Windows de forma directa, sin máquinas virtuales. También incluye herramientas como Microsoft Edge, OneDrive, Skype, entre otras, ya integradas.

¿Y para quién es útil esto?

Este tipo de distribución puede ser ideal para:

  • Personas que quieren probar Linux sin enfrentarse a un entorno completamente diferente.
  • Usuarios que tienen ordenadores antiguos que ya no pueden con Windows 11.
  • Entornos educativos o laborales donde se quiere reducir costes de licencias pero sin cambiar la experiencia del usuario.
  • Profesionales que necesitan ejecutar software específico de Windows, pero valoran la eficiencia y estabilidad de Linux.

Más que un experimento visual

Lo interesante de Linuxfx no es solo su camuflaje visual. Es el concepto que plantea: hacer que Linux sea más accesible para el usuario común sin necesidad de formación previa. Sabemos que una de las barreras para adoptar Linux es el miedo al cambio. Linuxfx rompe esa barrera desde el minuto uno.

Además, al estar basado en Ubuntu, cuenta con una comunidad sólida, repositorios bien mantenidos y un excelente soporte de hardware. No es una distro experimental ni de nicho: es perfectamente usable como sistema principal.

Linuxfx me sorprendió. No por su aspecto —que también— sino por su enfoque. No intenta reinventar Linux, sino acercarlo a quienes más lo necesitan: usuarios que vienen del mundo Windows y buscan una alternativa sin perder la familiaridad. Es una de las mejores puertas de entrada al software libre que he visto últimamente.

Si tienes curiosidad, puedes descargarlo desde su sitio oficial: https://www.linuxfx.org

Enlace: https://winuxos.org/

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¿Cómo analiza un .exe un antivirus?

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🌞💧 En plena ola de calor… no dejo de pensar en Cantando bajo la lluvia.

Sí, lo sé: 42 grados fuera, asfalto que quema y ventiladores a tope. Y, sin embargo, mi mente viaja a esa escena mítica de Gene Kelly bailando empapado, feliz, en mitad de una tormenta artificial.

Qué paradoja: mientras nosotros buscamos desesperadamente la sombra, él celebraba la lluvia como si fuera un regalo.

Y quizás lo era.

Ver esa escena emociona, refresca… y sigue siendo, sin duda, una de las mejores secuencias de baile en la historia del cine.

No solo por la técnica, sino por la alegría auténtica que transmite. Porque no baila para lucirse. Baila porque no puede evitarlo.

Esa escena siempre me ha parecido mucho más que una coreografía perfecta. Es una lección de vida: hay momentos en que mojarse es inevitable…

Transformar la incomodidad en belleza. El contratiempo en expresión. La lluvia en música. El suelo resbala, el traje se pega, el cuerpo pesa… pero él baila. Y sonríe. Como si la lluvia no fuera obstáculo, sino aliada.

Que nunca falte el valor de encontrar belleza en lo inesperado.
Y si toca bailar bajo la lluvia, que sea con toda el alma.

Y si estás de vacaciones o a punto de tomártelas… que el descanso te encuentre con ganas de moverte, aunque sea bajo el sol, con ritmo propio, y sabiendo que cada pausa también es parte del baile.

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✨ Autopista hacia el cielo: más que una serie, un abrazo al alma.

No, no escribo sobre Stranger Things.

En una época donde las pantallas eran más pequeñas, el tiempo parecía ir más despacio y los mensajes no se medían en likes, hubo una serie que nos hablaba directo al corazón: Highway to Heaven.

En cada episodio, sin artificios, sin prisas y sin estridencias, nos invitaba a reflexionar sobre lo verdaderamente importante: la compasión, el perdón, la fe, el amor incondicional. Era televisión, sí, pero también era una especie de sermón silencioso, una lección de humanidad disfrazada de ficción.

Michael Landon, con esa mirada serena y esa voz que parecía entender el dolor ajeno, interpretaba a Jonathan, un ángel en la Tierra que no resolvía los problemas con milagros, sino con empatía, con presencia, con actos sencillos que transformaban vidas. Nos enseñaba que a veces el cielo no está tan lejos, que se manifiesta en los detalles, en lo cotidiano, en estar cuando nadie más está.

Llevo escribiendo desde 2010, cuando tener un blog era como tener una ventana al alma. Años antes de que la inteligencia artificial, los algoritmos de redes sociales y la automatización dominaran la conversación digital. Antes de que muchos descubrieran lo que significaba dejar una huella en internet, yo ya estaba ahí, tejiendo palabras, buscando sentido, compartiendo historias, las mias o alguna interesante.

Autopista hacia el cielo me marcó porque me recordó —y aún me recuerda— que escribir con alma también es un acto de servicio. Una forma de acompañar. De tender puentes invisibles entre quien escribe y quien necesita leer justo eso, en ese preciso instante, justo ahora.

 

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🎨 Broadway Boogie Woogie: la sinfonía visual de un artista que decidió empezar de nuevo

Piet Mondrian · 1942-43 · Nueva York

Creo, sinceramente, que esta es la obra más importante de Mondrian.

No por ser la más conocida, sino porque simboliza algo profundamente humano: la capacidad de reinventarse sin dejar de ser uno mismo.
Tras huir de la guerra en Europa, Mondrian se instala en Nueva York. Una ciudad enérgica, ruidosa, vertical… y llena de música.

El artista, ya con más de 70 años, se deja transformar por su entorno. Cambia. Evoluciona. Y lo plasma en una obra que poco tiene que ver con sus composiciones anteriores.

Broadway Boogie Woogie es una explosión de ritmo y color. Mondrian abandona las líneas negras y construye una red de líneas amarillas, como si fueran calles en movimiento. Sobre ellas aparecen pequeños cuadraditos rojos, azules y grises que vibran como luces de neón, ventanas encendidas, taxis avanzando…

O si queremos imaginar más allá: como píxeles en una pantalla que todavía no existía, o piezas de un juego de construcción que apenas empezaban a asomar en la cultura visual.

🔵🟨🔴 Cada uno de esos cuadrados de color no está ahí por azar. Son pulsos. Son latidos. Son notas visuales de una ciudad que baila, suena y respira.

Y lo más potente es lo que esta obra nos dice sin palabras:
Que incluso lo más estructurado puede volverse dinámico.
Que no hay edad ni momento ideal para dejar que algo nuevo te cambie.
Y que a veces, hay que romper la propia fórmula para evolucionar de verdad.

Mondrian, que durante décadas había trabajado con orden y contención, se permitió improvisar. Escuchar. Jugar.

Y dejó una lección para todos nosotros, también en el mundo profesional:
🔹 La creatividad no es solo hacer cosas nuevas. Es mirar lo de siempre con ojos distintos.
🔹 La innovación auténtica nace de la curiosidad, no de la perfección.
🔹 Y el verdadero arte, como la buena estrategia, nace cuando forma y emoción se cruzan.

Broadway Boogie Woogie no representa una ciudad. La convierte en lenguaje, en ritmo, en baile.

Y por eso, al menos para mí, es su obra más importante.

 

 

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🎧 One Small Fact – John Williams.

Mientras suena esta pieza —parte de mi playlist habitual de bandas sonoras— cierro los ojos y pienso en La ladrona de libros.

Es curioso cómo algunas notas, como algunas palabras, tienen el poder de detener el tiempo.

En medio del ruido de la productividad, los correos, las entregas, las métricas… me encontré recordando a Liesel Meminger.

Una niña en plena Alemania nazi, rodeada de muerte, pérdida y silencio.
No sabía leer cuando empezó a robar libros. Pero algo en ella —algo profundamente humano— intuía que entre esas páginas había algo que ni las bombas ni el miedo podían quitarle: significado.

Con el tiempo, aprendió a leer. Y a partir de ahí, las palabras se convirtieron en su salvavidas, su refugio, su manera de resistir.

Y me hizo pensar en nosotros, en ti, en mí:
¿Qué libro nos sostuvo cuando ya no sabíamos cómo seguir?
¿Qué palabra nos hizo sentir que aún estábamos vivos?
¿Qué historia nos robó una lágrima, pero nos devolvió la esperanza?

Vivimos rodeados de datos, pantallas y resultados. Pero de vez en cuando, conviene detenernos y recordar lo esencial:
Que las palabras construyen y salvan.
Que no hay liderazgo sin empatía.
Que no hay innovación sin humanidad.
Que no hay avance real si olvidamos por qué empezamos.

Una pequeña verdad —one small fact— que me acompaña hoy:
A veces no necesitamos más respuestas. Solo una historia que nos abrace en el momento justo.

Hoy, esa historia me la recordó una banda sonora y una ladrona de libros.

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🧩 Funcionamiento de VeriFactu – Esquema por puntos

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🎨 El arte como refugio: el legado humano de Fernando Botero.

🎨 El arte como refugio: el legado humano de Fernando Botero.

En el mundo del arte hay figuras que trascienden la técnica para hablar directamente al alma. Fernando Botero fue una de ellas. Con su estilo inconfundible, desafió las proporciones convencionales para mostrar una visión del mundo llena de ironía, ternura y crítica. Sus personajes no eran simplemente “gordos”, eran monumentos de humanidad, detenidos en el tiempo, como si el volumen protegiera la fragilidad de la existencia.
Pero detrás de esos cuerpos rotundos, había un corazón herido.

En 1974, el año en que yo nací, Botero vivió la tragedia más dura que puede soportar un ser humano: la pérdida de un hijo. Durante un viaje en España, sufrió un accidente de coche en el que falleció su pequeño Pedrito, de apenas 4 años. El propio Botero resultó gravemente herido. Y, sin embargo, fue en medio de ese dolor desgarrador donde su arte encontró una nueva profundidad.

En lugar de cerrarse, eligió recordar. Pintó a su hijo con amor, con luz, con colores. “Pedrito a caballo” es una de esas obras que, sin necesidad de palabras, te aprieta el corazón. La tragedia lo marcó, pero no lo detuvo. Al contrario, lo empujó a seguir creando, a dejar un legado que hablara no solo de belleza, sino de resiliencia.

Para mí, descubrir años después que nací el mismo año en que él perdió a su hijo, me removió. Me hizo reflexionar sobre cómo, incluso desde el dolor más profundo, puede surgir algo inmenso. Botero nos enseñó que la vida y el trabajo no siempre son lineales. Que a veces el arte (y también nuestra profesión, cualquiera que sea) puede ser el lugar donde reconstruimos lo roto.

Su historia es un recordatorio de que todos llevamos algo que nos dolió. Pero también llevamos la capacidad de crear, de construir, de dejar huella.
Hoy, el mundo lo recuerda como un gigante del arte. Yo lo recuerdo como alguien que convirtió el duelo en legado.

 

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🧠 La caminata que sanó una herida invisible 📍 Y cómo una observación cotidiana cambió la psicología para siempre.

En 1987, la psicóloga no estaba buscando cambiar el mundo. Solo necesitaba despejar su mente.

Aquel día salió a caminar por un parque, arrastrando pensamientos pesados, recuerdos que le dolían, emociones que no podía clasificar del todo.

Mientras paseaba, notó algo extraño.

A medida que sus ojos se movían rápidamente de un lado a otro, siguiendo el movimiento natural del entorno —las ramas, los transeúntes, la vida—, sus emociones parecían… calmarse. No desaparecían.

Pero algo dentro de ella empezaba a colocarse en otro sitio.

Como si su cerebro estuviera reescribiendo el significado del dolor.

Francine, lejos de ignorarlo, hizo lo que solo hacen los valientes: se detuvo a escuchar lo que no entendía.

Y comenzó a investigar.Primero con ella misma. Luego con pacientes reales.

Les pedía que recordaran un trauma…

Mientras movían los ojos, siguiendo sus dedos, en un movimiento lateral suave y constante.

Y el efecto era tan repetible como sorprendente:Los recuerdos seguían ahí.

Pero ya no dolían igual. Así nació el EMDR, un método de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares.

Una técnica revolucionaria que hoy usan psicólogos de todo el mundo para tratar: Trastornos por trauma, ansiedad, duelos, abusos, miedos, experiencias extremas como guerras, catástrofes, pérdidas…

Y todo empezó con una caminata.

Esta historia me conmueve profundamente.

Porque no nació en un laboratorio.

Ni fue patrocinada por grandes empresas.

Nació del cuerpo, del movimiento, del silencio, y de una mente dispuesta a mirar lo invisible.

Francine no buscaba reconocimiento.

Solo quería entender lo que estaba sintiendo.

Y al hacerlo, creó una herramienta que ha ayudado a millones de personas a recuperar la paz.

A veces pienso cuántas ideas brillantes se pierden por no hacerles caso.

Cuántas veces lo extraordinario se esconde en lo cotidiano.

En una caminata. En una pregunta. En una intuición que ignoramos porque “no suena científica”.

Pero si alguien se atreve a prestar atención…

Y si además tiene el coraje de hacer algo con eso…

El mundo cambia.

No sé si estás trabajando en algo enorme o en algo que parece pequeño.

Pero si lo estás haciendo con atención, con respeto, con propósito…

no es pequeño en absoluto.

Tal vez aún nadie lo entienda.

Tal vez tú mismo no ves su alcance.

Pero quién sabe:

podría ser el EMDR de tu campo.

La idea que transforme lo que otros no sabían cómo sanar.

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Funcionamiento de un enrutador de IA

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Mármol que llora en silencio

La Virgen Velada, esculpida por Giovanni Strazza hacia 1850, esculpe lo imposible: un velo translúcido… en mármol.

¿Cómo se talla la fragilidad en piedra? ¿Cómo se consigue que lo sólido parezca etéreo?

La dificultad técnica de esta obra es asombrosa: el artista logró simular la transparencia, la textura del paño, y la suavidad del rostro con una sola pieza de mármol blanco de Carrara. No hay ensamblajes. Solo talento, paciencia… y alma.

Y sin embargo, más allá de la proeza artística, lo que conmueve es su silencio.

El velo no es una barrera. Es una caricia.

Esa imagen me recuerda algo esencial: muchas personas que admiramos por su fortaleza están envueltas en un velo invisible de luchas internas, pérdidas y resiliencia.

Y aún así… siguen. Inspiran.

Que esta obra de arte nos recuerde que lo más humano no siempre se ve, pero sí se siente.

Que la Virgen Velada nos recuerde a todos que lo más humano… es lo más invisible.

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📡 Las chicas de código que ganaron la guerra en silencio

Publicado en 19 julio, 2025, por en Historia.

Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras millones de soldados combatían en tierra, mar y aire, una guerra secreta se libraba en habitaciones cerradas, entre cables, cifras y papel. Una guerra de inteligencia que no se ganó con armas, sino con cerebros… muchos de ellos femeninos.

En centros como Bletchley Park (Reino Unido) y Arlington Hall (Estados Unidos), decenas de miles de mujeres fueron reclutadas en secreto. No eran soldados ni generales. Eran estudiantes de matemáticas, maestras, bibliotecarias, lingüistas o simplemente mujeres con talento lógico. Algunas apenas tenían 20 años.

¿Su misión? Romper los códigos más complejos del Eje: el Enigma alemán, el Purple japonés y otras cifras secretas. Su trabajo permitió interceptar mensajes cruciales, anticipar bombardeos y cambiar el rumbo de batallas clave como Midway o el desembarco de Normandía.

Una de ellas fue Joan Clarke, matemática brillante, compañera de Alan Turing. Ayudó a descifrar Enigma, aunque su historia quedó en la sombra durante décadas. Otras trabajaron día y noche en máquinas de tabulación, análisis estadístico, reconstrucción de claves… todo sin poder contarle nada a sus familias.

📜 Tras la guerra, muchas regresaron al anonimato. Se les pidió guardar silencio. Y lo hicieron. Su contribución fue invisible durante años. Pero sin ellas, muchos expertos coinciden: la guerra habría durado más y costado muchas más vidas.

Hoy, al hablar de inteligencia artificial, criptografía, ciberseguridad o programación, olvidamos que las raíces de todo eso fueron también femeninas. Y que la historia de la tecnología debe incluirlas.

Nunca llevaron uniforme. Rara vez fueron reconocidas. Y durante décadas, guardaron silencio, por juramento y dignidad.

🌐 Reconocerlas no es solo un acto de justicia histórica. Es también un recordatorio poderoso: la diversidad en tecnología no es una cuota, es una fuerza.

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Barra de Herrramientas de seguridad informatica – Metáfora de photoshop

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La leyenda del cangrejo samurái: una historia que el mar no olvida

En uno de los episodios más conmovedores de Cosmos, Carl Sagan nos lleva a las costas de Japón para contar una historia que une la biología, la cultura y la tragedia humana. Se trata del Heikegani, un pequeño cangrejo cuyos caparazones parecen esculpidos con el rostro de un guerrero samurái: ceño fruncido, ojos enfadados, boca severa, como si llevaran en su coraza el eco congelado de una batalla perdida hace siglos.

La leyenda cuenta que en el año 1185, en la batalla de Dan-no-ura, dos grandes clanes —los Heike (Taira) y los Genji (Minamoto)— se enfrentaron por el control de Japón. La derrota de los Heike fue brutal, y con ella, se extinguió también una línea imperial. En los momentos finales de la batalla, la abuela del emperador Antoku —un niño de solo seis años— lo sostuvo entre sus brazos, miró una última vez el cielo gris del estrecho y, entre lágrimas, lo arrojó al mar antes de seguirlo ella misma. No quiso que el hijo del cielo cayera en manos enemigas. El océano, entonces, se convirtió en tumba imperial.

Ese niño era Emperador Antoku, el heredero del trono imperial japonés, apenas un infante de seis años. Cuando la derrota del clan Heike fue inminente, su abuela, la emperatriz viuda Tokiko, lo tomó en sus brazos, lo envolvió en sus ropajes ceremoniales y lo llevó al borde del barco real. Según las crónicas, mientras sostenía al pequeño emperador, le susurró al oído: “En lo profundo del mar está la capital”.
Y con ese último suspiro de resignación, se arrojaron juntos a las aguas.

Sus cuerpos nunca fueron recuperados. Pero la memoria colectiva del pueblo japonés se negó a dejarlos desaparecer. Con el tiempo, los pescadores que faenaban en la zona comenzaron a encontrar cangrejos con caparazones que recordaban los rostros de guerreros: ceños fruncidos, ojos profundos, bocas severas. Los pescadores los liberaban, creyendo que eran la encarnación de los Heike, los espíritus de los vencidos que aún vagaban en el fondo del mar, incapaces de olvidar la gloria perdida.

Desde entonces, los pescadores comenzaron a encontrar cangrejos con rostros extraños. Algunos decían que eran los espíritus de los Heike, atrapados en formas pequeñas pero inmortales. No se atrevieron a comerlos. Los devolvían al mar con reverencia, como si liberaran una oración. Y sin saberlo, moldearon la naturaleza. Los cangrejos con “rostro” sobrevivieron y se multiplicaron. No por voluntad propia, sino por el respeto humano a una historia trágica.

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